Por: Pablo Plotkin
Fuente: Revista Rolling Stone Argentina
http://www.rollingstone.com.ar/nota.asp?nota_id=1168101
Pocas veces Cerati sumó tanto kilometraje en un solo disco. Mares, galaxias, rutas, convoyes, caminos de tierra, psicodelia y déjà vu. Fuerza natural es un álbum tan para adelante como Ahí vamos (2006), pero es más folkie, más espacial y más acústico, con una legión de guitarras, mandolinas y dobros que levantan polvo sobre las programaciones. Si Cerati fuera un artista nuevo y entabláramos conexiones con la escena, podríamos clavar un par de chinches en el optimismo melódico y sofisticado de Of Montreal y otro par en la psicodelia de pesebre de los Fleet Foxes. Pero hablamos de un tipo con un cuarto de siglo de grabaciones y giras, y de alguien que siempre se pensó global pero que responde al eco personal de un rock argentino clásico (de Spinetta a Virus). Y éste es un disco de pop confortable, nueva new wave, blues del siglo XXI, baladas y rock de medio tempo. Suena grande y positivo, y confirma que la obra solista de Cerati, con cuatro discos en la última década, no tiene nada que envidiarle a la segunda mitad de la carrera de Soda.
Hay algunas ideas que atraviesan todo el álbum. La vida nómade, las fuerzas naturales y una relación directa con el oficio de trovador. "Magia", una de las letras que coescribió con el cantautor bonaerense Adrián Paoletti (también hay colaboraciones con Richard Coleman y Benito Cerati), investiga el arte de hacer canciones. Tiene algo de curso básico de autoayuda ("Nada me importa más que hacer el recorrido, másque saber adónde voy"), pero a la larga es una confesión de tozudez creativa. "Sé, nunca falla, y el universo está a mi favor", se jacta Cerati, dominando un paisaje que superpone explosiones eléctricas con rasgueos fogoneros y efectos de vocoder.
Desde el comienzo, detrás de una tapa de pretensiones simbolistas (una especie de jinete apocalíptico o un fantasma de la ópera que sobrevuela a caballo la ciudad), Cerati apunta las coordenadas del viaje: "Fuerza natural" podría definirse como oceánica, pero el cantante pone a los "chicos del espacio" a jugar en el jardín de su casa como unos backyardigans perdidos. El corte "Déjà vu" tiene una carga épica amistosa: conecta con el sonido grandilocuente y a la vez ligero del rock anglo dominante (Coldplay, Killers).
Pero también es una pieza de metapop que podría haber sido un hit stereo. "Vuelve la misma sensación, esta canción ya se escribió", asume el narrador a velocidad crucero. "El mínimo detalle te cambió."
"Amor sin rodeos" es un corrido de salón, con lap steel y algunas imágenes ruteras logradas ("en alambrados como pentagramas, los pájaros tocando tu canción"); Cerati aparece como un Dylan no fatalista en el atardecer pampeano, o como si llevara su garbo de rock star peregrina a las rutas provinciales de Una sombra ya pronto serás.
La fuerza revolucionaria de la naturaleza es el leitmotiv, en general como terreno de codificación para describir encuentros románticos ("Desastre"). "Cactus" es una zamba spinettiana; "Dominó" acelera con el pulso del Virus post-punk y palabrerío ochentoso (control remoto, noticias, nena, efecto dominó). "Sal" es una elegía marítima con soundtrack de olas, graznidos de gaviota y el eco frío de una base de Bristol (la británica, no la marplatense) que deriva en una marejada tensa. "Convoy" es tal vez lo mejor del disco. Una balada hippie, entre los Hollies y Neil Young, en la que la voz de Cerati -que evoca playas de relojes de arena- suena juvenil y aletargada. Al final, "He visto a Lucy" llega con una cadencia blusera y pesada, y avanza hacia un batido de guitarras y bronces con Anita Alvarez de Toledo haciendo los coros y el contrapunto argumental. El epílogo es una pequeña pieza de pop de cámara, numerológica y artesanal. Un final volador para un disco condensado y sensual como cielo de tormenta.
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